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Fiona Smith-Richmond: Fiona, hija de Lady Richmond, una cascarrabias
cargada de amor propio. Mimada, colérica y sin escrúpulos, siempre se
ha quedado, gracias al patrimonio de su madre, ¡con lo que ha querido!
Andaos con ojo con ella: puesto que su padre no tenía título nobiliario, ella
no pudo heredar el título de Lady de su madre y teme continuamente poder
salir perdiendo.
Sir Harvey Devenport: el sobrino de Lady Richmond no es precisamente
una lumbrera. Como hijo de la vieja aristocracia, está mucho más interesa-
do en los placeres culinarios que en los negocios puros. Pero no os dejéis
engañar por su apariencia de bonachón, porque sabe exactamente que los
objetos a subastar pueden valer su peso en oro.
Sir Arthur Richmond IV.: al hermano de Lady Richmond no le interesa
la herencia por motivos económicos. Su orgullo familiar no le permite dejar
que las valiosas obras de arte acaben en manos ajenas. Al fin y al cabo,
algunas de las obras han estado en posesión de la familia desde hace
generaciones. De caballero de la vieja escuela a un hombre de negocios
extremadamente calculador.
Lady Esther Richmond-Devenport: la hermana pequeña de Lady
Richmond, madre a su vez de Sir Harvey Devenport, es, en realidad, una
amable señora mayor. Dada su avanzada edad, carece de agudeza visual
y ha perdido algo de altura. Es mucho más humilde que su difunta hermana;
aún así, quiere también su trozo de pastel.
Jacques Monetaire: En un viaje a París hace algunos años se trajo de
recuerdo Lady Richmond a su joven y atractivo amante: el adulador Jacques
Monetaire. Jacques afirma ser un gran poeta francés, que ha encontrado en
Lady Richmond a su musa y alma gemela; pero, en realidad, lo único que le
importaba era la esperada herencia. Tras la muerte de Lady Richmond, ya
no tiene que esconder su arrogancia y sus verdaderas intenciones.
ran expectación en la casa de subastas Wetherby. Después de que Lady Richmond
muriese repentina e inesperadamente en brazos de su joven amante, Jacques Monetaire,
el clan familiar se reúne al completo para discutir sobre la gran herencia. Lamentable-
mente, la honorable Lady Richmond no ha dejado testamento y los posibles herederos no
se ponen de acuerdo en la forma en que deben repartirse la colección de obras de arte
y antigüedades, además de las baratijas y los cachivaches. Al abogado y administra-
dor testamentario de la familia, Mr. Harmsworth, no se le ocurre otra idea que subastar
cada uno de los objetos de la extensa colección entre los herederos. Pero no resulta tan
sencillo. Al final, en la casa de subastas Wetherby se ha reunido una tropa bastante
explosiva:
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